El Universal | David Huerta
Orfeo, Adán y los niños
Las canciones de cuna y los juegos de ronda infantiles forman una parte muy rica –plena de irradiaciones y resonancias– de nuestro mundo mental y sensible. Cuando escuchamos esas melodías, de un modo casi instantáneo evocamos las escenas, laberínticas o sencillas, de nuestras primeras experiencias. Eso quiere decir que tales músicas son una especie de eficaces disparadores de la memoria más profunda.
No hay que olvidar que la memoria –la mayor de las musas, madre de todas las demás, llamada Mnemósine por los antiguos– es la principal creadora del arte. Sin la memoria, no hay música ni poesía posibles. De ahí el valor de las recopilaciones de tonadas para niños, tarea a la que se ha consagrado, con una pasión admirable, la ejecutante y compositora mexicana –violonchelista por más señas– Pilar Gadea.
El primer músico y el primer poeta fueron una sola persona: el griego de Tracia llamado Orfeo, cuya historia trágica es uno de los temas perdurables del canon clásico. Esto significa que Orfeo puede ser visto (sería mejor decir “escuchado”) como un compositor de canciones: autor de letra y música, y por ello, el ancestro mítico de todos los compositores cancioneriles del mundo, de Schubert a Gabilondo Soler, de Monteverdi a Pilar Gadea. O si se quiere, su santo patrono.
El llamado Efecto Orfeo –es decir, el efecto que producía la música del poeta cantor de Tracia– hacía que las montañas se inclinasen a oírlo y los ríos detuvieran, para prestar atención a la corriente melódica, el curso de sus aguas. La naturaleza quedaba subyugada, en estado de arrobo, al escuchar lo que Orfeo hacía con su lira y con su voz.
Algo semejante ocurre con todos nosotros –nos detenemos a escuchar con atención, hacemos un alto en nuestras actividades rutinarias– cuando llegan a nuestros oídos las notas de una música que nos conmueve, que nos emociona, que nos hace pensar y rememorar. El efecto órfico de las canciones del disco Violonchelo de colores, de Pilar Gadea y el estupendo equipo de músicos que la acompañan en esta preciosa aventura, es precisamente ese: nos obliga a suspender lo que estamos haciendo para escuchar con placer.
Alguien ha dicho, inconsolable y memorablemente, que no hay más paraísos que los paraísos perdidos, quizá refiriéndose al tema de la “infancia perdida”, que no lo está, evidentemente, para los propios niños. No sé si es verdad que, para quienes ya no lo somos, el paraíso de ser niños ha quedado para siempre extraviado y nos resulta ya inalcanzable. Sí sé, en cambio, que la música se parece tanto a ese paraíso que fácilmente los confundimos: la música tiene esa cualidad adánica que le da sentido y dirección a la energía órfica. Adán y Orfeo se juntan en ella: el paraíso, la infancia, la delicia de los sentidos y los placeres evocadores de la mente. Las canciones infantiles poseen esas cualidades. Podemos comprobarlo una vez más, con una felicidad que no se puede reprimir, en el trabajo de Pilar Gadea y los colegas que junto a ella han hecho posible Violonchelo de colores.
Una de las canciones del disco se titula “Abrir y cerrar”. Consiste en instrucciones muy sencillas para tocar el chelo, ese instrumento de voz grave y noble, capaz de infinitas delicadezas. Es una de mis canciones favoritas. La letra explica que las manos del ejecutante deben aprender a conversar con el instrumento musical. Me parece una idea preciosa, que está contenida en una canción cuya forma, cuyos sonidos y voces –la voz magnífica de Encarnación Vázquez– están completamente en acuerdo, en armonía (pues en medida considerable de armonía se trata), con esas instrucciones: la canción misma es ya parte de ese diálogo, de esa conversación entre el ejecutante, su instrumento, la cantante, quienes escuchamos. Apenas se puede pedir más de la creación artística.
El trabajo de Pilar Gadea y de sus colaboradores en este espléndido disco dan la medida de todo lo bueno que podemos esperar de los artistas mexicanos en estos tiempos, tan difíciles como desgraciadamente sabemos, para la cultura, y en especial para sus estribaciones creadoras. Pero no nos distraigamos con esas noticias, porque es verdad, como dice un proverbio chino, que a todos los seres humanos les han tocado, a lo largo de la historia, tiempos difíciles. Mucho mejor será, para nosotros, acercarnos a este trabajo, dedicado a los niños, hecho por músicos de nuestro país. El disco Violonchelo de colores tiene las dosis suficientes de poder órfico y adánico, de juego y de placer, como para hacernos olvidar penas y ayudarnos a recordar y a vivir el tiempo de nuestra dicha.